Aún puedo recordar la primera historia de aborto que escuché, tenía 13 años y miraba las noticias con mi abuela. Corría el año 2003 y todxs en mi familia y barrio hablaban sobre la niña de 9 años que estaba embarazada, categóricamente producto de violación. En ese momento no lo analice, pero ¿qué niña de 9 años tiene relaciones sexuales consentidas?
Ocho años después, al empezar mi camino como activista feminista y consultora en derechos sexuales y reproductivos, me reencuentro con esa misma historia, y es que no podemos hablar de legalización del aborto en el país sin mencionar este antecedente.
Ella era ´Rosita´ y su historia ha sido muy emblemática para la lucha por la despenalización del aborto terapéutico en Nicaragua[1]. Tras semanas de debates médicos, religiosos y legales, su madre decide realizarle un aborto terapéutico clandestino para preservar la vida de su hija. La iglesia católica, como de mala costumbre, jugó un papel fundamental para obstaculizar el proceso, objetaban y hacían énfasis en las 15 semanas de gestación que tenía Rosita, esfuerzos en vano, pues el aborto sí se realizó y nadie fue encarcelado, ni la madre de la niña, ni las feministas de la Red de Mujeres que les apoyaron desde el inicio.
Del miedo y el estigma… a la acción. Las fases para obtener un aborto.
Ahora con las estadísticas de terror de organismos internacionales de salud como la OMS Y OPS y con el avance en medios de comunicación, sabemos que en Centroamérica y el Caribe nos enfrentamos a una pandemia desde hace muchos años, y ésta es el embarazo en adolescentes, que se incrementa cada año más por las precarias o nulas estrategias de educación sexual y el insuficiente presupuesto económico para diseñar e implementar herramientas de prevención de estos.
Pero sabemos que paralelo a esta situación el gobierno continúa permitiendo el funcionamiento de algunas clínicas donde se realizan interrupciones, lo cual siempre ha sido un secreto a voces. Es claro que alguien debe saldar las deudas sociales de los gobiernos, aunque sea en condiciones de clandestinidad.
De las historias como la de Rosita se habla poco, pues es más común en las zonas rurales y hay poco interés por parte de los medios de comunicación y del gobierno en hacer noticia sobre esto. Tampoco se habla de las maternidades obligadas de mujeres jóvenes y adultas que no tienen acceso a métodos de anticoncepción, sobre todo en la ruralidad.
Aun así, esta realidad está teniendo cambios paulatinos, las mujeres ya están repensando la maternidad y sobre todo la cantidad de hijxs que desean tener. Nos hacen falta investigaciones para saber cómo se están interrumpiendo los embarazos no deseados donde no hay acceso a Misoprostol ni a un AMEU, suponemos puede ser con métodos naturales transmitidos por las abuelas y madres, los cuales son relativamente seguros, o con métodos transmitidos voz a voz, aquel que le funcionó a la amiga de mi amiga y a veces podrían ser peligrosos.
De los abortos que nos enteramos son de los de la ciudad y periferia, donde la nota roja no se hace esperar para exponer estas situaciones, promoviendo con su redacción la misoginia y satanización de la mujer que aborta o que tiene una emergencia obstétrica por un aborto inseguro o por violencia por parte de su pareja. De esto no tenemos estadísticas, pues desde el 2009 no se puede acceder a información oficial confiable de los ministerios públicos [2].
Las nociones que tienen la mayoría de las adolescentes y mujeres adultas sobre interrumpir un embarazo son muy básicas y casi siempre erradas. Nos enseñan que abortar es más pecado que delito, y las dos a la vez, y desde ese imaginario colectivo se asocia aborto a muerte, sangre, dolor, culpa y traumas.
Aún con todo esto las mujeres en Nicaragua abortan, abortamos, abortaremos.
El miedo a perder la vida o tener traumas psicológicos por interrumpir un embarazo es cada vez menor, gracias al incansable trabajo de información y sensibilización que activistas feministas divulgamos en pro de la desmitificación y despenalización del aborto en Centroamérica y el mundo. Cada día más mujeres están tomando decisiones sobre sus cuerpos, de forma consiente e informada, y no solo en relación con el aborto, sino sobre sus derechos sexuales y reproductivos en general.
Puedo afirmar, desde mi activismo y tejido organizativo, que en Centroamérica muy poco se conoce sobre el uso de Misoprostol para auto realizarse un aborto seguro en casa, se maneja popularmente que hay pastillas para ese fin, pero no se nombran a pesar de que en Nicaragua se pueden comprar con prescripción médica. Aun así, en las ciudades más grandes, las mujeres y adolescentes pueden conseguir Misoprostol a altos precios, y con algunas limitantes (no siempre la dosis necesaria y su procedencia no es fiable).
Recientemente han surgido varias páginas en redes sociales donde ofrecen Misoprostol y mal orientan sobre su uso. Desde las redes de mujeres sabemos de primera mano que muchas personas simpatizantes del gobierno y grupos antiderechos están promoviendo la persecución y criminalización [3] usando las redes sociales para asediar a personas que brindan información sobre aborto o medicamentos; las feministas ya hemos constatado que usan cuentas e historias falsas para incriminarnos directamente.
El objetivo de nuestras acciones colectivas e individuales debe ser que el Estado garantice el cumplimiento y respeto a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Para nosotras, está alejado hablar de aborto legal, seguro y gratuito, pues nos enfrentamos a un régimen autoritario, pero tenemos evidencia para seguir exigiendo la despenalización del aborto terapéutico y la restitución del derecho a decidir de las mujeres.
Desde las colectivas y organizaciones feministas anhelamos y sostenemos que el aborto será feminista para todas, pero sabemos que, en la ruralidad nicaragüense, donde viven niñas y mujeres empobrecidas, racializadas y discriminadas, eso es casi una utopía.
Debemos seguir visionando con nuestras gafas violetas la creación de estrategias que permitan que todas tengamos acceso a información y métodos seguros aún desde la clandestinidad. Porque un aborto feminista, aunque clandestino, es seguro y en el día a día nos sigue garantizando a las mujeres, niñas y adolescentes, nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos.
Bio de la persona autora.
Claudia Rayo es una psicóloga activista pro derechos de las mujeres y de nacionalidad nicaragüense. Recarga su energía sembrando y hablando con sus plantas a media noche.
“Nota: Encuentra más información sobre el aborto en Nicaragua acá”