Ni fácil ni rápido: así sobreviví a un aborto en casa

Originalmente escrito por Elena Barajas, publicado en La Letra Curuba el 27 de agosto de 2018.

Ni fácil ni rápido: así sobreviví a un aborto en casa

Decidí abrir mi corazón y contar mi experiencia sin tapujos sobre lo que viví en esa montaña rusa física y emocional llamada aborto voluntario, pues tal vez mi testimonio puede dar luz a quien esté en la oscuridad buscando una respuesta, cualquiera que sea.

Así que si estás aquí y quieres seguir leyendo, te pido respeto, amor y compasión en tus comentarios. Cada quien tiene su lucha y sus motivos, y no somos nadie para juzgar a los demás.

Cuando me di cuenta de que estaba embarazada ya tenía 5 semanas de gestación. Eso significaba que, según la ciencia, mi cuerpo llevaba más de 30 días preparándose para albergar un pequeño humano, mientras en mi realidad el embarazo se anunciaba con dos rayitas púrpuras (una más borrosa que la otra pero dos, al fin y al cabo) que indicaban positivo en la prueba que acababa de orinar en el baño de mi casa.

El terror se apoderó de mí en forma de manos frías, dolor de estómago y corazón bombeando más sangre de lo normal.

¡Mierda!, pensé aterrorizada. El método que estaba usando falló y mis ovarios poliquísticos (diagnosticados meses atrás con la promesa de infertilidad) me quedaron mal.

Estaba embarazada. Lo estaba por primera vez, consciente de que no era una situación esperada ni planeada, y a sabiendas de que no había sido producto de una violación, sino de una relación sexual y amorosa con mi esposo, la persona que más quiero y más me conoce en esta vida.

Decidimos abortar. Los argumentos no vienen al caso en esta historia porque los juicios tampoco tienen lugar. Decidí abrir mi corazón y contar mi experiencia sin tapujos sobre lo que viví en esa montaña rusa física y emocional llamada aborto voluntario, pues tal vez mi testimonio puede dar luz a quien esté en la oscuridad buscando una respuesta, cualquiera que sea.

Así que si estás aquí y quieres seguir leyendo, te pido respeto, amor y compasión en tus comentarios. Cada quien tiene su lucha y sus motivos, y no somos nadie para juzgar a los demás.

Esta catarsis también alimenta un lado del eterno debate en el que se mueve el aborto, pues con mi vivencia comprobé que la capacidad de una mujer para decidir sobre su cuerpo y su vida está hoy limitada por leyes que la someten a un procedimiento clandestino y sin garantías que pueden llevarla a la infertilidad o, en el peor de los casos, a la muerte.

Mi experiencia me mostró cómo la suerte todavía tiene mucho que ver en un proceso donde todo debería estar regulado, legalizado y debidamente supervisado.

En fin. Decisión tomada, lágrimas escurridas y aceptación del presente. Lo que yo no podía adivinar la tarde de ese viernes era que estaba a punto de atravesar una de las experiencias más aterradoras, desgarradoras, dolorosas, y, al mismo tiempo, significativas de mi vida.

La procesión va por dentro

En medio del agite y los sentimientos encontrados, el paso a seguir fue llamar a mi ginecólogo para darle la noticia y para preguntarle cuál era el plan de acción. “Es muy fácil”, dijo, antes de recomendarme al colega indicado para el proceso.

Estamos en Colombia, un país donde la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) fue reconocida como un derecho fundamental de las niñas y mujeres por la Corte Constitucional Colombiana, mediante la Sentencia C-355 de 2006, en tres circunstancias: cuando la continuación del embarazo constituye peligro para la vida o la salud de la mujer (certificada por un médico), cuando existe grave malformación del feto que haga inviable su vida (certificada por un médico), y cuándo el embarazo sea el resultado de una conducta constitutiva de acceso carnal o acto sexual sin consentimiento, de inseminación artificial o transferencia de óvulo fecundado no consentidas, o de incesto.

Era evidente que mi caso no aplicaba a alguna de las tres causales pero, sorpresivamente, mi esposo y yo encontramos apertura absoluta, cero juzgamientos y el genuino reconocimiento de mis derechos por parte de mi médico ginecólogo, así como de quien él nos recomendó para que acompañara el aborto.

Nada estaba improvisado. Empezamos con una ecografía vaginal para confirmar cuánto tiempo tenia de embarazo y qué era, exactamente, lo que había ahí adentro. Solo la idea de que iba a descubrirlo me daba escalofríos.

En mi caso todavía no había embrión; en la pantalla solo apareció el saco amniótico, la cubierta de dos membranas que albergaría al feto posteriormente, y que se forma, según Wikipedia, entre el octavo y noveno día de la fecundación.

Segundo paso: cita con una psicóloga y con el médico que una semana después estaría a cargo de la IVE. A esas alturas yo ya presentaba síntomas de embarazo que empeoraban sistemáticamente cuando pensaba en lo que estaba por suceder: dolores abdominales, punzadas aleatorias en mi vientre, sueño permanente y sensibilidad en los senos.

Emocionalmente me llevé la peor parte. Por más acompañada que estaba en la decisión me quedó claro que la procesión va por dentro, y que hay una parte del proceso que no puede vivirse en pareja, en familia o con los amigos más cercanos.

Mi mente no paró ni día ni noche, analicé distintos escenarios, conté los días y las horas, cambié de humor como de calzones, vi cómo se agotaba mi paciencia fácilmente con estupideces, lloré y pataleé de la nada y volví a repasar el proceso mientras pensaba en que había algo que se estaba formando dentro de mi y que, de alguna manera, me estaba transformando. Repito, esa mezcla de emociones y sentimientos no la puede sentir nadie más, solo quien la vive.

En la cita, la psicóloga hizo lo suyo: tratar de entender y justificar desde su especialidad por qué el aborto afectaba física y/o mentalmente mi salud, para luego hacerme firmar un consentimiento informado que no escatimaba en riesgos y advertencias.

En ese momento caí en cuenta de que la longitud de la lista de precauciones y recomendaciones era inversamente proporcional a la facilidad del proceso que me vendieron los dos médicos hombres que sabían lo que estaba a punto de hacer.

Entendí que, por más médicos que sean y por más que recomienden una interrupción voluntaria de un embarazo, ellos no tienen idea de lo que implica vivirlo.

Música para mis oídos sordos

Dependiendo del tiempo de gestación, la interrupción voluntaria del embarazo en Colombia  puede hacerse mediante aspiración manual del útero o con dos pastillas: la Mifepristona y el Misoprostol. Ambos métodos forman parte de la lista de procedimientos esenciales de la Organización Mundial de la Salud, y están indicados para tener un aborto seguro.

Cuando me ofrecieron alternativas para abortar, descarté la aspiración manual del útero de inmediato por más anestesia que tuviera. En cambio, las pastillas en casa fueron música para mis oídos en medio de mi profunda ignorancia, pues no alcanzaba a imaginarme lo que estaba por vivir.

Salimos del consultorio del médico con un folleto con instrucciones y recomendaciones, la Mifepristona y el Misoprostol, todo por la módica suma de 350.000 pesos colombianos.

La fecha del aborto en casa estaba fijada. No había escapatoria ni nada que me garantizara que el proceso iba a ser indoloro, rápido y sin complicaciones que me llevaran a la sala de emergencias de un hospital.

Nadie está preparado para un aborto

Mi esposo y yo preparamos el aborto en casa como si se tratara de una guerra mundial avisada. Para el día y la hora pactada teníamos la nevera llena de frutas y verduras que me subirían la hemoglobina después de la hemorragia, el té de manzanilla para desinflamar, las pastillas de Ibuprofeno por docenas para controlar el dolor, las toallas higiénicas nocturnas, tres pijamas de sobra, un par de sábanas de repuesto y Netflix a disposición.

Procedí. Eran las 12:42 p.m. cuando se disolvió por completo el contenido de las cuatro pastillas de Misoprostol que tenía bajo mi lengua. Sabía que en cuestión de minutos empezaba el proceso y creía estar preparada para él. Lo cierto es que nadie está preparado para un aborto por más que sea voluntario y haya convertido su casa en un refugio nuclear en tiempos de guerra.

Cinco minutos después de ingerir el Misoprostol comenzaron las seis horas más eternas y dolorosas de mi vida. Lo que hace dicha pastilla es provocar contracciones que desgarran todo lo que hay en el útero, con el fin de facilitar la salida por la vagina del embrión, las membranas y todo lo demás, en forma de coágulos y sangre.

Nunca antes había experimentado el dolor físico que sentí ese día.

Mi mejor amiga, hoy con dos hermosos hijos y un aborto voluntario en su historia, me dijo que lo que iba a sentir era muy similar al dolor de un parto, ambos terrenos desconocidos para mí. Mi ginecólogo también me dijo que el único dolor comparable con el del aborto es el de un parto.

Cada contracción que sentía me enseñaba un nuevo nivel en mi umbral del dolor. Hubo varios momentos en los que pensé que no iba a sobrevivir, en los que perdía el sentido para volver  gritando por punzadas que se salían de mi control y que iban en ascenso sin compasión alguna.

El dolor y la hemorragia abundante me provocaron vómito y una baja en mi presión sanguínea que terminó por entumecerme las manos.

Nada de lo que estaba sucediendo era lo que esperábamos, y eso nos asustó.

Mi esposo, desesperado, llamó al médico. No hubo respuesta. Buscó en Internet y encontró ayuda en el chat en línea de la página safe2choose.org, en la que nos explicaron que, aunque sonara imposible, todo lo que me pasaba era aparentemente normal.

Con el pasar de las horas se sumaron otros efectos a la lista. Llegó una diarrea que terminó de deshidratarme y un dolor de cabeza intenso que me indicaba que mi cuerpo estaba a punto de colapsar por tanto esfuerzo.

Solo a las 6:00 p.m., después de seis horas de hemorragia y contracciones, y cuando estaba a punto de irme para Emergencias, el efecto del Misoprostol empezó a bajar. De ahí, chicas, solo quedaron cansancio, cólico, debilidad y hemorragia. No había ni fuerza para llorar.

Hoy intento devolverme en el tiempo y no sé cómo sobreviví. Quiero que sepan que la promesa del aborto en casa fácil y rápido es una mentira. Es mucho más doloroso y traumático que lo que te dicen los médicos, los folletos informativos y el mismo Internet.
En mi caso fue un proceso doloroso y desgarrador, figurada y literalmente, que me cambió por dentro y por fuera, y que nunca, nunca en la vida, pienso repetir.

En el siguiente artículo les cuento las lecciones que me dejó el aborto voluntario, pues dentro del dolor físico y emocional siempre hay un aprendizaje: Las lecciones que me dejó un doloroso aborto voluntario.

Agradecimientos

A mi esposo, porque este proceso tan doloroso hubiera sido insoportable e insuperable física y emocionalmente sin su amor y presencia. Haber estado ahí tomándome de la mano en medio de su temor e impotencia, sosteniéndome cuando me retorcía del dolor y mirándome a los ojos mientras me decía que esa pesadilla iba a terminar, fue la demostración de amor más grande que he recibido.

A Matilda, de safe2choose.org. Cuando sentía que estaba muriendo y no encontrábamos respuesta en el médico, ella fue nuestra luz y guía a través del chat de la página. Matilda fue la única que estaba allí para darnos tranquilidad y alivio cuando pensábamos que todo iba a terminar mal. Gracias de corazón.